Hace unos meses, el Consejo de Administración de Endesa anunció que iba cerrar todas las centrales térmicas de carbón que tenía en la península. Compostilla (León) y Andorra (Teruel) unían su destino a As Pontes (Coruña) y Litoral (Almería) en la anunciada muerte de una industria que lo fue todo en España: la del carbón.
Desde principios de 2019, los mecanismos europeos para sacar el carbón del mercado están teniendo bastante éxito y los costes de mantener abiertas este tipo de centrales son demasiado altos. Es decir, si hacemos caso a los números, la decisión tiene todo el sentido del mundo. La misma Endesa sabe a ciencia cierta que la importancia socioeconómica de estas centrales en su entorno es muy difícil de sustituir. Por eso, ha convocado un concurso público para decidir qué hacer con esas cuatro centrales. Así que nos hemos preguntado, ¿hay forma de no dejar tiradas a las zonas que dependen del carbón?
Ese, al menos, es el lema del concurso de Endesa que invita a todo tipo de empresas, instituciones o particulares a «presentar un proyecto de reconversión que genere actividad económica en una zona que ya cuenta con dotación de infraestructuras y condiciones adecuadas para desarrollar de manera inmediata actividades económicas, industriales o logísticas». En concreto, la primera central es la de Compostilla.
Es decir, acogiéndose a la nueva regulación gubernamental, Endesa ofrece 330 hectáreas (80 de las cuales tienen uso industrial) y un punto de conexión a la red con una potencia de 1.052 megavatios para proyectos que, sea cual sea su naturaleza (industrial, cultural, de ocio o cualquier otra actividad), tengan un impacto social y de generación de empleo basados en criterios de sostenibilidad.
Sin embargo, el mero planteamiento de la propuesta nos permite intuir que no hay soluciones claras. Sobre todo, porque este no es un problema español, ni siquiera europeo. Compostilla tiene una enorme influencia en una comarca, El Bierzo, que no ha dejado de perder población desde la década de los 60: como decenas de regiones industriales en todo el mundo. ¿Qué han hecho en otros países para reconvertir los cadáveres de la revolución industrial?
La primera opción cuando se trata de reconvertir plantas de carbón es… reconvertirlas en plantas de «otra cosa». El mejor ejemplo de esto es Drax. La Drax Power Station es la central eléctrica más grande de Reino Unido y durante la mayor parte de su vida útil estuvo basada en carbón. Pero en las últimas décadas, se inició un proceso de cambio para basarla en biomasa (y, en mucha menor medida, en gas).
Esta es una solución inteligente que permite aprovechar una infraestructura bastante costosa que, de otra forma, quedaría abandonada: una red nacional diseñada alrededor de esos gigantes centros de potencia energética. Sin embargo, no parece una opción que esté encima de la mesa para las plantas españolas de carbón.
Tampoco parece una opción la propuesta alemana de reconvertir las plantas de carbón en enormes baterías con las que preparar la red eléctrica para una era en la que las energías renovables sean fundamentales. Es una propuesta polémica y con dificultades técnicas, pero en Alemania, donde a menudo hay que parar los molinos de viento porque la red no puede asumirlos, podría ser un movimiento estratégica importante.
Un paso más allá, están dando empresas como Encore Renewable Energy intentando usar la energía solar para reanimar la deprimida economía de las cuencas mineras de los Apalaches.En el fondo, todas estas apuestas necesitan de una cosa: cierta certidumbre ante el futuro de la energía. Y eso sí que es algo difícil de conseguir. En este sentido, parece poco realista esperar grandes inversiones en infraestructura energética cuando tecnologías consideradas hoy «moderadamente limpias» (como el gas natural) están siendo criticadas cada vez con más dureza.
Cuando hablamos de reconvertir una planta en algo que no tenga nada que ver con la energía, uno de los primeros modelos que se nos vienen a la mente es la L Street Power Station que suministró electricidad a Boston durante más de un siglo. Comprada en los últimos años por una promotora inmobiliaria, el proyecto quiere reconvertir las viejas instalaciones en un complejo comercial y residencial.
En otra línea, Alphabet, la matriz de Google, compró una planta de carbón en Alabama para construir un «centro de datos» con una inversión por encima de los 600 millones de dólares. Sin embargo, ni Compostilla, ni Andorra se encuentran en medio de áreas metropolitanas en crecimiento, ni parece probable que alguna gran compañía decida usarlas como punto clave para instalar una central de datos.
Las distintas opciones culturales, de ocio y turísticas tienen posibilidades, pero su impacto socioeconómico no es comparable al de las plantas que cerrarán. Y lo cierto es que, sobre el papel, salvo algunos lugares muy concretos tampoco parece que haya posibilidades logísticas en el corto plazo. La reconversión de las zonas del carbón es bastante compleja.
En definitiva, lo cierto es que esperaremos con interés el resultado del concurso de Endesa. En pleno debate sobre la España Vacía, los proyectos gubernamentales para hacer frente a la deriva general del país no dan demasiado resultado. Si Compostilla tiene éxito, será mucho más que una planta recuperada, pero no está nada claro de que lo tenga.